Miré a un lado y a otro. Nadie miraba. Escupí al suelo. Por muy poco femenino que parezca, en ese momento me apeteció escupir, y lo hice. No me encontraba bien ese día, tenía el estomago revuelto y dolor de cabeza. Me encontraba mal, y me pasé todo el día cabreada, sin motivo alguno. Miré el reloj. Tarde. Mochila en mano, pies volando, caminé Montera abajo hasta Sol. Y entre el bullicio de la gente me deshice entre sudores ajenos y gitanos vendiendo lotería. Madrid estaba lleno de turistas en navidad. Bajé las escaleras corriendo, llegaba tarde a-lo-que-tu-ya-sabes, y aunque te dije que no iba a presentarme, que no quería verte más la cara, y que te odiaba profundamente, me había puesto mis mejores vaqueros y una camiseta con escote para que se te quedara cara de bobo cuando me vieras. En el fondo, y no tan fondo soy imbécil. Me repetía una y otra vez, bajando todavía más escaleras de tres en tres… Tenía ganas de escupirte en la cara. Enserio, aunque me gustaras con todo mi ser, aunque siempre revolotearas mi cabeza, y siempre me acordara de momentos que habíamos pasado juntos. Cada vez que te veía en fotos, por la calle, incluso cada vez que te imaginaba me daban ganas de darte una paliza, de chillarte barbaridades y pedirte explicaciones. De decirte que conmigo no se juega, de decirte que te fueras ya de mi vida y que te largaras con esa furcia barata de piernas delgadas por la que me dejaste. Aunque la mitad de esas cosas fueran mentira, me encantaría decírtelas una y otra vez. Tatuártelas en la mente. Y más ganas me daban de escupirme a mí. En realidad, no sabía has donde podía llegar el límite de mi estupidez por ti, persona boba y sin cerebro que me tenía loca por un par de magreos y cuatro conversaciones interesantes. El metro no llegaba, y yo cada vez estaba más y más cabreada. No iba a ir. ¡NO! No iba a ir a tomarme aquel café contigo, ni a hablar, ni a que me engatusaras, ni a que me besaras, ni a que me besaras otra y otra vez… ni a que me convencieras para subir a tu casa, ni a fumar maría contigo escuchando a Sabina, ni a follar en la encimera de tu cocina. NO. Se había acabado. Con las mismas, subí de nuevo las escaleras del metro. Y en medio de Sol escupí de nuevo.